Un comando terrorista con indumentaria militar robada, ingresó a este pueblo en un bus y asesinó salvajemente a más de un centenar de personas que se habían resistido a sumarse a sus filas. Pasó hace más de 30 años y hoy el Estado Peruano, lejos de rendir honor a estas valientes víctimas del terror, ha abandonado a sus familiares y no les devuelve a sus muertos para que, al menos, puedan llorarlos.

ESCRIBE: RAMÓN ESPEJO CASTAÑEDA

EL VALOR DE LA VERDAD

El día que Diómedes Jáuregui leyó una página del informe de la Comisión de la Verdad, sintió que a su padre Olimpio Jáuregui lo estaban asesinando nuevamente. Aquél papel lo señalaba como víctima de las fuerzas del Estado, es decir del ejército, cuando en realidad su progenitor había sido ejecutado por Sendero Luminoso un 26 de noviembre de 1983, en una incursión a cargo de Víctor Quispe Palomino, camarada José, quien llegó a Soras y realizó un ajusticiamiento popular en la misma plaza del pueblo en presencia de todos. A él y a otros dirigentes del pueblo ayacuchano llamado Soras, los sacaron a la fuerza de sus casas porque se negaron a sumarse a la lucha armada en un afán de ejemplo y escarmiento para el resto de la población. Dos de estos asesinos aparecían en la misma relación como víctimas también del Estado, junto a su padre. Diómedes, mordiendo nuevamente el amargo sabor de la impotencia, se dirigió al local de la Comisión de la Verdad para intentar resarcir de algún modo su memoria.   

Este hecho, que podría pasar como una confusión y para muchos un simple detalle, es solo un eslabón en la larga cadena de humillaciones que sufren miles de víctimas de la subversión, por parte del Estado, desde hace más de 30 años. Por experiencia in situ, la congresista Marisol Pérez Tello señala que en Soras y en Ayacucho en general los familiares de víctimas, sean asesinados por Sendero o por malos militares, reclaman algo tan elemental como los cuerpos de sus seres queridos para sepultarlos. “La hermana de Diómedes cada vez que me ve me dice que le faltan cuerpos de varios amigos de su pueblo, de sus vecinos, de sus compañeros de colegio. Muchos de esos cuerpos ya están identificados, están en Medicina Legal, pero no los van a recoger porque la familia salió huyendo hace años y cuando han venido a reclamar más de 4 veces no se los han entregado y no tienen la plata para venir a cada rato para ver si se los entregan. Una carta poder cuesta 30 soles, y mandarla a Lima cuesta otro tanto más y no tienen plata. Antes era peor, los cajones y los nichos que hay en Soras no lo pagó el Estado, solo los últimos que pudimos gestionar sí, pero los anteriores los daba la cooperación holandesa. Qué vergüenza carajo que ni siquiera podamos enterrar a nuestros muertos. Es el colmo, no es ni lo mínimo que debería hacer el Estado”, reclama indignada la congresista.

LA CARAVANA DE LA MUERTE

Sucede que luego del asesinato de los 4 dirigentes, Soras fue testigo de un atroz genocidio donde fueron aniquilados salvajemente 117 soreños, entre hombres, mujeres y niños. Diómedes lo recuerda como si fue ayer. En julio del siguiente año Quispe Palomino asalta el puesto policial de Chaviña en Cora Cora, a los policías lo encontraron en su tarde deportiva en shores, y asaltaron todos los armamentos y vinieron a Negro Mayo en trayecto hacia Soras asaltaron el bus y se hicieron pasar por policías. Identificaron ya los soreños ¿quiénes son? ¡Libreta Electoral! A ver los viajeros que se identificaron ya baja, baja, baja. Y mata. Mata. Mata. A piedras. Llegaron a un caserío Pallca, mataron también. Doce corrales, había un conjunto de negociantes que se habían juntado ahí para hacer su trueque de lana por víveres, también los mataron a todos. Había un ganadero que estaba arreando su ganado, también lo mató. Llegaron a Chaupiasi, donde estaban haciendo su pastel la profesora había juntado a las vecinas, también los matan a todos. Cuando llegaron los terrucos dijeron ‘ahí están’ ‘ahí están’, la profesora se salió, entraron ellos y dentro del salón los pateó, los golpeó, los mató, algunos corrían lo disparaban. De mi amigo Santaria su papá había ido por carne hacia Chaupiasi y como ya no regresaba él lo había alcanzado justo de por la carretera, y el carro parado lo ve y él dice de repente en este carro está mi papá, se acerca y sale un hombre y le mete dos tiros, lo mata a su hermano y él queda herido. Esto pasó 5 o 6 de la tarde, 9 de la noche nosotros estábamos jugando en Soras con mis hermanos y los vecinos porque dormíamos dos tres familias en mi casa ¡Ahí está el carro! La ronda miró qué está pasando el carro no se mueve. Se habían ido en alcance del carro el gobernador, el teniente gobernador y con algunas personas más, como nadie bajaba. Es cuando entran a la entrada de la población hay dos tres casitas, ahí vivía el señor Gumercindo de la Cruz y su familia, hijitos y todo. Y sus visitas, para esa noche para mala suerte, sus visitas tenía. Cuando llegaron a ese punto ya había bulla, perros estaban ladrando, gente gritaba, esos desgraciados a la señora la habían sacado afuera a la pista y ahí la estaban matando a golpes. Adentro habían matado al esposo, a las visitas, a todo el mundo había matado en esa casa. Ahí estaba mi abuelo Celestino Jáuregui también y lo habían partido con una lampa el cráneo al abuelo, lo habían succionado. A otro señor con una barreta lo habían traspasado, así como un sable. A otro lo habían triturado la cabeza. Se dan cuenta de eso y retroceden y empiezan a gritar ¡Somos los militares! ¡Acá han entrado los terrucos! Dijeron. Y les preguntaron quiénes son ustedes, somos las autoridades respondieron ellos, vengan para acá y a toditos los mataron. Uno de ellos el señor Saturnino Miranda no sé qué le pasó, por nerviosismo se le aflojó la barriga y se metió a un canchón y es el único que se salió de la fila. A los demás los trajeron por toda la carretera hacia el pueblo a quienes se plegaban ¿Quiénes son? Son los militares ¡vengan! A la fila, a la fila, a la fila. A mi tío Jorge lo encuentran en el Consejo, haciendo los papeles para el 28 de julio que tenían un agasajo, a los demás allegados, a mi tía Lidia le dice anda tráete chichita para el jefe, sale y ahí nomás empezó a sonar la balacera. En el consejo han matado a los 18 hombres que estaban. Yo también escuché que sonó una ráfaga. Al poco rato mi tía vino llorando desesperada, Olinda sabes qué, no eran militares, no sé qué ha pasado. A veces esas películas de terror a veces me da miedo verlo. Con la sangre de esos hombres habían pintarrajeado las paredes, habían escrito PCP muerte a los soplones, el traidor debe de morir. Todo había escrito horriblemente con la sangre. A la casa de mi tío Jorge habían entrado en busca de él, a su esposa a sus hijos, habían puesto ‘el fiador murió, el pagador lo maté’, en la puerta. Ese letrero habían dejado. Al día siguiente era terrible, muerto por todo sitio. Diómedes contiene el llanto 

A este pasaje de la historia ocurrido un 26 de julio de 1984, se le conoce como “La caravana de la muerte”, en alusión al bus que robaron los senderistas para cometer sus crímenes. Sin embargo, y más allá de la magnitud del horror de esta masacre masiva, el caso Soras no ha sido incluido como emblemático en el informe de la Comisión de la Verdad. La congresista Pérez Tello explica esto en un tema temporal: “Cuando se hace el informe de la Comisión de la Verdad el momento histórico que vivía el país era tratar de entender por qué el Estado había cruzado la línea. Si le sumas a esto que no hubo representación institucional de las Fuerzas Armadas para explicar situaciones como esta, porque puede ser que en Putis y Cabitos hayan tenido responsabilidad malos militares, pero en Soras no, al contrario, ahí hubo un periodo en que los militares los protegieron muchísimo. Por eso es que el Informe de la Comisión de la verdad es una buena base pero no es la verdad histórica, eso hay que continuar”, afirma.

Ella, además, nos entrega cifras alucinantes de la dejadez del Estado por subsanar heridas y buscar una verdadera y profunda reconciliación. Es así que hay más de 6 mil fosas pendientes de exhumación y si es que se siguen haciendo las exhumaciones al ritmo que se hacen hoy en día, con suerte se terminarán en 40 años. Cada vez hay menos restos, cada vez es más caro el ADN, se debería montar un registro de ADN y tener un banco que permita cruzar cada vez que se halla un cuerpo, pero no hay nada de eso. “Antes era patético, una vez encontré a una señora sentada en la plaza de armas de Ayacucho al costado de un cajón porque no tenía 30 soles para llevarse a su hijo muerto y enterrarlo. No podemos ser tan tercermundistas. Debería haber una política de exhumaciones para hacer todas las muestras y una política de entrega de cuerpos de manera que cuando se halla el cadáver debería ser enterrado en un gran santuario, y cuando se identifica el cuerpo se le lleva a ese lugar y se comunica a los familiares. No es tan complicado, es cuestión de voluntad”, señala Pérez Tello.

MITOS

Uno de los mitos que se generan cuando se habla de estos temas, es que estas personas han sido terroristas. Es completamente falso, habida cuenta que la Relación de Víctima es para personas que no han sido condenadas por terrorismo, además que en los mismos pueblos como Soras, todo el mundo sabe quién es quién, y separan a sus muertos de los asesinos. Ellos lo tienen muy claro, pero no pueden contra la indiferencia que busca este tipo de excusas.  

“Es dramático ver cómo a nadie le importa. Yo te juro que no me entra en la cabeza que a nadie le importe. Comprendo que no les importe a los señores viejitos que han estado 10 años clamando justicia y después dijeron ‘tengo que seguir mi vida’, eso lo comprendo. Pero esta indiferencia no puedo creerla, esto se va a repetir de todas maneras. Una niña fue rescatada en los matorrales lactando de la mamá muerta. Es dramático”.

Ahora, el abandono es tal que no se termina con entregarles el cuerpo y listo, hay un completo abandono. “Después de esto les entregas el cuerpo ¿Donde duermen? En el suelo de la Cruz Roja Perú, en el suelo, porque la Cruz Roja se los da con el mayor de los cariños, pero nadie más se hace cargo. Luego viene el soporte emocional que se hacen cargo las organizaciones civiles, pero no hay una política pública desde el Estado destinada a sostener el tema humanitario. El tema judicial tiene un camino, pero una cosa lleva a la otra. No hay una política que diga hay que enterrar a los muertos, hay que exhumarlos, la gente tiene derecho a llorar a sus muertos en un lugar donde sepan que están enterrados. La gente tiene derecho a la reparación económica que se le prometió, a la vivienda, a la salud, a todo lo que perdieron porque vieron afectados sus proyectos de vida”, señala Pérez Tello.

Los casos de injusticias continúan. Por ejemplo, si una persona perdió a sus hermanos, hijos y padres, solamente se le considera como una afectación, cuando ha tenido muchas más. Tampoco permiten que una señora de 80 años, que perdió a sus hijos pero se quedó cuidando a sus nietos huérfanos, pueda ceder a este nieto su beca de estudios otorgada por el Estado. Estos temas son tan terribles que en realidad ofenden aún más. Cada ofensa son disparos tan letales como los que recibieron los pobladores de Soras aquella vez en que la muerte llegó en un bus, disfrazada de autoridad.

EL ORIGEN DEL HORROR

Antes de la matanza de la caravana de la muerte, habían incursionado en el pueblo de Soras, intentando convencer a los pobladores de sumarse a la lucha armada. A pesar de su corta edad, Diómedes nunca podrá olvidar la primera vez que vio de cerca a los terroristas. Entre 11 y 12 años tenía cuando aparecieron. Estaba en mi casa, llegaron de noche y amanecieron cuando abrimos los ojos hacían bulla por los altoparlantes. Esa noche amaneció convulsionada, hacía bulla, que compañeros, acérquense a la plaza, compañeros vamos a iniciar la guerra popular, que teníamos que apoyar. Nosotros no sabíamos de qué se trataba, era gente que nunca habíamos visto. Unos meses antes creo había pasado del caso Ucchuraccay, y mi papá se había enterado por una revista y lo leía, entonces yo me recuerdo bien porque lo leía y decía de repente esta gente llega a Soras decía, nada más. No decía cuándo va a llegar ni cómo va a llegar, no. Solamente imaginábamos que eran gente, bueno, algo extraordinario de presencia, todo. 

Amanecieron en el pueblo y nos juntaron casa por casa a todos y nos dimos cuenta de que eran gente pues más triste que nosotros, más abandonada, toda andrajosa, gente de mal vivir. Y nosotros sorprendidos, toda la población también, mi papá también ¿y éstos qué cosa son? Estos no son, estos son ladrones, decía. Con mi mamá comentaban, nosotros calladitos estábamos porque éramos chiquillos. Fuimos a la plaza y empezaron a hablar y habían izado una bandera roja con hoz y martillo y encendieron el altoparlante y empezaron a hablar. El Quispe Palomino (Camarada José) empezó a hablar y todos mirábamos, eran un grupo de 30 personas entre mujeres y varones. El único que llevaba un arma era el José y el resto venían con machetes. Así apareció.

Mi papá no, no vamos a correr, porque los militares no nos van a hacer nada, decía. Y para ese entonces uno de mis primos ya era policía en Huamanga y mi papá ya sabía cómo eran los militares ya. No, no nos van a hacer nada, seguro mi hijo Alberto va a venir, porque le trataba de hijo mi papá, así que no nos vamos a salir de la casa, nos dijo. Vamos a quedarnos acá. Nadie corre. Para eso, mi hermanita menor, la Diana, se había escapado con una profesora porque le había dicho los militares nos va a llevar, hay que escaparnos al cerro. Se escaparon dos días se desaparecieron hasta que volvieron y mi papá le requintó feo. Qué cosa eres para que estés corriendo con mi hija.

Luego ellos se iban y nos decían cuidadito, acá hay gente que está con nosotros y porsiacaso el partido tiene mil ojos y mil oídos. Días antes y días después del quinceaños de mi hermana también aparecieron. Igual, empezando a coaccionar a la gente porque había señores que tenían su tiendita, empezaron a pedir gasolina, plata, si tenían más ganado, tenían que colaborar para el Partido, al señor Beltrán Padilla que era la persona que tenía su negocio le agarraron cuatro camaradas y le apuntaron con fusiles y le decían ¡sáquenle todo! Y él les tenía que dar combustible y sus vinitos que le mandaba su hijo de Lima se lo tomaron. A otras casas empezaban a saquear ya y a otras personas les decían que traigan sus vacas y hay que matarlas ya.

Ya llegó el mes de noviembre y mi papá decía cómo nos va a hacer esto, por qué nos va a obligar a plegarnos a sus filas, porque incluso en secundaria a los de quinto año había dicho que tiene que unirse a la guerra popular. Ya, yo voy a hablar con tu profesora y acá no puede seguir así. Se ha ido al colegio y como era presidente de Apafa, empezó a presionarlos también. Ya los profesores ya empezaron a decir que no, el presidente de Apafa no quiere. Mas la rechinadera que había habido por la llamada promoción Edith Lagos peor, ya empezaron ya el señor siempre se opone, él ha sido presidente de la comunidad, a él le hacen caso toda la comunidad, el señor cualquier cosa que hay va a sacar cara por su gente.

Esa situación llegó a oídos de todos los vecinos principales, tal es así su vecino de mi papá el finado Jorge León, era también otro líder en el pueblo, mi tío Jorge Meléndez, los líderes empiezan a divulgar en las plazas, en las calles, en las cantinitas, en las casas de visita diciendo qué vamos a hacer nos están presionando mucho, a nuestros hijos se los quieren llevar, de otros pueblos ya se han plegado a las filas. Y mi papá saben qué, háganse los sordos, váyanse a sus chacras o a donde sea calladitos nomás pero que no entren. Eso dijo mi papá.

El 26 de noviembre lo sacaron a mi papá de la casa y lo mataron ahí en la misma plaza. Habían dicho que iban a hacer un ajusticiamiento popular y buscaron a los dirigentes, eran 4. A todos los mataron ahí delante de todos. Yo no lo ví, solo cuando me llamó mi tío vi a mi papá tirado en el suelo rodeado de sangre.

Ya para el 8 de diciembre del 83 estaba planificado la muerte de todas las personas que habían participado en el velorio de los difuntos, de las 4 personas. Estaban los hijos, la esposa, los suegros y los acompañantes, para matarlos a todos por participar en el velorio de los soplones. Estaba el otro vecino en mi casa, todos. Solamente por enterrar a nuestros muertos.